martes, 24 de abril de 2012

Melancolía, potencia de lo Bello


La herida siempre dolorosa que no sana, también recuerdo, es la génesis del presente aterrador, horrendo, nota inicial de la sinfonía del sentimiento; la acidia cruel que sacude a un alma atormentada. Sangre que inevitable cae hacía el abismo. Y allí en lo más profundo, en las oscuridades de las catacumbas, la lucha contra lo irremediable cobra vida más roja y más cruel que la propia herida. El horror emprende su marcha y junto a la sinfonía del recuerdo busca un refugio, un “lugar” donde escapar de la acidia, de la melancolía.

María Negroni dice; el horrendo problema musical de la melancolía, Olga Grau piensa el alma melancolía como una galería de ecos y espejos que yace en la inmovilidad y en el silencio. Para el sicoanálisis, como para la siquiatría la melancolía no ha dejado de ser una afección difícilmente clasificable, sin embargo Freud trata de cerrar las posibilidades de definición. Habla de Neurosis Narcisistas las cuales afectan de tal manera al sujeto llevándolo a un vaciamiento del yo, lo cual genera deserciones de la existencia, o elevaciones de la misma. Es evidente que el melancólico clama por la ausencia de algo, pero es precisamente ese algo quien reclama su ausencia. 

Si bien la pérdida es causa fundamental de la melancolía, no se trata de una pérdida, en términos físicos, de un objeto concreto. Para aclarar esto Freud compara el duelo; perdida de un ser querido con el estado melancólico. En la relación sujeto-objeto perdido del duelo, el sujeto es consciente del objeto perdido; ha perdido a un ser querido. En la pérdida del sujeto melancólico existen características que reflejan estados inconscientes en relación con lo perdido, por lo que van más allá de la desaparición concreta de un objeto determinado, es decir el melancólico puede saber a quién ha perdido pero no sabe qué ha perdido en esa persona.

La pérdida es pérdida de “algo” en la conciencia del sujeto y no en el mundo fenoménico. Freud considera que la ausencia causa de la melancolía es una ausencia del yo reclamada por el superyó. El sujeto carece de algo y no es consciente de qué, debido a que eso perdido hace parte del yo reclamado por el superyó como demanda ideal vista en el objeto. Freud describe el proceso del siguiente modo; “De esta manera, la pérdida del objeto se ha transformado en una pérdida del yo, y el conflicto entre el yo y la persona amada se ha convertido en una escisión entre la crítica del yo y el yo alterado por identificación”[1].  Después que el objeto se hace modelo del súper yo, nace la crítica hacia el yo debido a que el superyó considera al yo con los rasgos del objeto perdido, resultando de este modo en odio hacia el yo. Así para Freud, la melancolía surge como un afección narcisista, en donde el conflicto es intra-siquico, y se da entre el yo y el superyó, lo cual deja ver a su vez que las instancias ideales del yo determinan las dinámicas de la melancolía.

A través de la pérdida del objeto se ve una imagen que se pierde para el superyó, en el yo. El sujeto anhela, ama un objeto exterior pero tal no es afuera, está o “estuvo”  en él mismo y ahora está perdido. Es la afección narcisista; el sujeto melancólico ama a ese objeto perdido que está en sí mismo. La imagen especular entonces desfallece ante la nada de su reflejo, el espejo es morada de aquel ideal pero este está perdido, no hay entonces nada en el espejo, es marco de nada. Con ello se da una desvitalización del mundo ya que el sujeto se siente vacio por medio de su reflejo, lo cual le produce una búsqueda de otras posibilidades, otros modos de existencia fuera de la realidad que enfrenta. Este sentimiento incita al sujeto melancólico a buscar detrás de las cosas, detrás de la realidad inerte los indicios de una verdad oculta. Sin embrago, detrás del marco vacío del espejo, no hay nada. Jacques Lacan habla en el Seminario X de la identificación con la nada (le rien) de los melancólicos, como una identificación con lo que no pertenecería al registro especular.

El vacio que reproduce el espejo surge del ideal de yo que crea el superyó a partir del desarrollo de unas expectativas que se escapan por medio del objeto que se ama, que se desea. En el espejo mora la nada reflejo del sujeto melancólico, quien al ver que su reflejo nada es, se intro-yecta escociéndose en lo irreal para buscar un verdad trascendental que opaque la penosa luz de la realidad. Esta es una misión que solo él puede llevar a cabo. De este modo el sujeto melancólico se eleva o cae; muerte o elevación sólo se espera de él, dentro de una construcción irreal de su existencia.

El análisis de Freud posibilita una vista de la melancolía desde un foco estético; el melancólico muere en su celda espectral o él mismo se eleva hacia sí mismo. Con Freud el criminal es también artista, quien busca en lo sinuoso, en las repeticiones y los atajos engañosos, una salida de su celda espectral, la nada. El criminal es artista, en la medida en que busca la salida de su horror por medio de la representación del conflicto intra-siquico yo-superyó.

El melancólico escapa porque cree que es el elegido a ingresar, por medio de una realidad superior, a la búsqueda de una verdad trascendental en la cual descansa su salvación. ¿Es esta realidad superior un recóndito de lo irreal? ¿A dónde corre el alma melancólica en su huida?

              “(…) Max teníamos el corazón envuelto en papel regalo y nada nos importaba Max observa ese cielo siempre está ahí nunca se mueve es como una gran mano azul que cubre todos los dolores todos los olores todos los colores gracias por el labial rojo Max gracias voy a llenar ese cielo con mi nombre con tu nombre con el nombre de los conejos de las moscas de las hormigas desde esta misma tarde empiezo a pintar el cielo con este labial voy a llenar ese cielo con mi nombre en tu nombre con el nombre de los conejos de las moscas de las hormigas desde esta misma tarde empiezo a pintar el cielo con este labial voy a escribir poemas dementes cerca de las nubes cerca de Marte cerca de las estrellas muertas voy a escribir que un caballo se agolpa en tu risa y que cada vez que abres las manos salen halcones que llenan de sangre los árboles y los ríos y las hojas secas y las palabras y las pesadillas gracias por los chocolates Max gracias muchas gracias voy a llenar cada silencio de labial rojo y cada ruido del día del mundo del universo voy a terminar de romper mi corazón todos me dicen que mi corazón son como mis calzones rotos que huelen a noches cansadas a manos que se escabullen por mis nalgas buscando un poco de calor un poco de silencio tal vez un poquito de ruido ven para acá Max déjame ver tus ojos déjame ver si también tienen los sueños vueltos mierda como los míos (…)”[2].

El texto anterior deja ver ese escape hacia lo que no es, ese querer encontrar algo que definitivamente no está en lo cotidiano, en esa sucia realidad que deja la melancólica. La búsqueda de la salida del tormento develado por medio del tedio de los días, en donde las esquinas son cuadros delirantes, paisajes urbanos derrumbándose en el paso del sonido, lugar de la huida, la nada, el escape a la realidad superior, en la que nada, es.

El movimiento surrealista de principios del siglo XX buscaba escapar de la realidad propuesta en la época además de buscar y representar una creación de realidad subconsciente, onírica, imaginaria e irracional más allá de la realidad física. El manifiesto surrealista elaborado y presentado por André Bretón en 1916, propone la creencia en una realidad superior en la cual convergen diversos aspectos de la existencia humana. El surrealismo se basa en la creencia de una realidad superior de ciertas formas de asociación desdeñadas hasta la aparición del mismo, y en el libre ejercicio del pensamiento. Tiende a destruir definitivamente todos los restantes mecanismos psíquicos, y a sustituirlos por la resolución de los principales problemas de la vida”[3].  En gran parte son los sueños los que fundamentan el hacer surrealista ya que como destellos rebeldes en la mente, emociones enterradas en la superficie subconsciente suben a la superficie consciente dejando “ver” aquello oculto por la razón.

Sin embargo los sueños son las emociones enterradas del sujeto que la razón tiene ocultas. La subjetividad es el elemento más importante del surrealismo, ya que  permite a muchos de los artistas de este movimiento desarrollar su creatividad y así poder tomar los sueños, lo irreal, lo oculto como herramienta de producción. Según Freud esta subjetividad está ligada al sujeto que la conjuga en la medida en que es allí mismo donde se da el conflicto ser querer ser que produce la melancólica.

El melancólico está huyendo del conflicto que produce la tensión súper-yo yo;  exigencia del el primero al segundo; ser lo que no se está siendo. El melancólico huye del lo que le genera esa sensación proveniente del inconsciente; no poder ser lo que quiere ser. Tal conflicto está en el inconsciente y ataca por medio de crisis nostálgicas sin fundamento o razón lógica al sujeto, generando un estado de vacio inexplicable que termina en ocasiones con la deserción de la existencia, o como es el caso de algunos surrealistas, con la creación de posibilidades de existencia más allá de su realidad.

Es posible pensar a muchos de los manifestantes del movimiento surrealista como melancólicos. Escapaban desesperadamente por medio de una búsqueda intensa, a otros “cielos”. Corrían de sus lentas y “reales” vidas cotidianas a territorios perdidos en lo más profundo de su inconsciente. Tal vez fue esa huida la que llevo a muchos de ellos a encontrar en el “mundo surreal” de sus inconscientes, una nueva motivación que diera impulso a sus vidas. En este paraíso, de la utopía tópica creada a partir de lo que no es, la inspiración enmarca la dinámica de creación y sus mentes inconscientes se dejan llevar por los aires de sus sueños.

Sin embargo esto sólo es una interpretación que carece de fundamentos y que sirve únicamente -en este caso específico- para mostrar la posibilidad de un arte en tanto devenir de la melancolía. En la medida en que la melancolía no sea una pasión pasiva, sino activa -viendo esto desde una voluntad de poder nietizscheana- es posible que el individuo devenga artista, o aún mayor; si se pone al individuo mencionado no como tal  sino como el conjunto, como el espíritu colectivo de una época, se puede concebir toda una estética de época por medio de este sentimiento inconmensurable de tristeza; la melancolía.




[1] FREUD SIGMUND. Duelo y Melancolía. Buenos Aires, Amorrortu editores. 1998.
[2] Opio en las nubes, Rafael Chaparro Madiedo, Bogotá, Editorial Babilonia. 2002.

[3] Manifiesto surrealista, André Bretón, Buenos Aires, Argonauta, 2001.

jueves, 19 de abril de 2012

Fragmento

Después de salir, tres de la mañana, Dani quiso caminar por la avenida hasta su casa.  La luz de los postes caía nubosa en la mojada calle, pocos autos transitaban a esa hora. Caminaba lento, parecía que no quisiera llegar; su mirada al piso, en su cabeza recuerdos vagos que rebotaban en medio de su embriaguez. Para un taxi, al montarse una música lo golpea sacándolo de aquella avenida nublada y mojada; gritos rasgados y estruendo de guitarras eléctricas mescladas con batería Mapex doble bombo. El taxista, un metalero noventero; camiseta negra, pelo largo y tacheras, le pregunta a dónde puede llevarlo. Dani le mira con un asombro amable y pide que lo lleve a su casa, que queda cerca, que él le va diciendo pero que le haga despacio que todo bien. EL TAXISTA (mirada sonriente) ¡Todo bien parce…! ¿Un tema pa` escuchar? DANI (sonriente) Downfall, de Children of Bodom, ¿lo tenés? EL TAXISTA (mirada sonriente) ¡Sisas, se le tiene! El taxi sale disparado por la avenida, como saliéndose de ella, como empujado por el poder de Downfall, de sus guitarras,  del doble bombo, todo bien parce.


En el trayecto Dani le cuenta lo de la noche al taxista, este escucha atento. Era un apartamento de paredes blancas, tapete café crema, cocina roja, dos balcones, un baño. Todo menos el cuarto de María estaba en un único salón. En un extremo una pequeña maquina que producía aire caliente, también había flores rojas en gran número, sombreros de muchos colores en el perchero, mesa amplia en el centro, en ella dos libros: el lobo estepario e imagen-tiempo. Instrumentos musicales por doquier: un arpa de madera pálida, batería negra con bombo roto, guitarra sin algunas cuerdas, bongoes, timbales, un piano empolvado, quena, zampoña, marimba, un redoblante con mariguana trillada en su entorchado. Todo un  paraíso para un músico. Salí a uno de los balcones, las luces de la ciudad titilaban incansables, podía ver muchas de ellas, la niebla aún no había llegado, la lluvia apenas amenazaba. La avenida en el lomo de la montaña, sostenía fuerte las pequeñas lucecitas que pendían de ella.

Luego de un rato entré y logré destapar una botella de vino Vasco Viejo con el cuchillo de la mantequilla, no había Sacacorchos, derramé un poco de vino en el tapete. Nadie se dio cuenta, me miré en el reflejo de la ventana y me sonríe, igual el tapete era un desastre. Nos tomamos esa botella mientras María se vestía en su cuarto después de una ducha. En el compu: Fito Paez,  en sus bocas: algo de la baja noche porteña, en el cielo: aún las estrellas. No habiendo terminado su relato, el taxi llego a la casa de Dani, este se bajo cerró la puerta, la música se fue con el portazo del taxi y la luz nubada de los postes públicos junto con el frio mojado de la calle, regresaron.