La herida siempre dolorosa que no sana,
también recuerdo, es la génesis del presente aterrador, horrendo, nota inicial
de la sinfonía del sentimiento; la acidia cruel que sacude a un alma
atormentada. Sangre que inevitable cae hacía el abismo. Y allí en lo más
profundo, en las oscuridades de las catacumbas, la lucha contra lo irremediable
cobra vida más roja y más cruel que la propia herida. El horror emprende su
marcha y junto a la sinfonía del recuerdo busca un refugio, un “lugar” donde
escapar de la acidia, de la melancolía.
María Negroni dice; el horrendo problema musical de la melancolía, Olga Grau piensa
el alma melancolía como una galería de
ecos y espejos que yace en la inmovilidad y en el silencio. Para el
sicoanálisis, como para la siquiatría la melancolía no ha dejado de ser una
afección difícilmente clasificable, sin embargo Freud trata de cerrar las
posibilidades de definición. Habla de Neurosis
Narcisistas las cuales afectan de tal manera al sujeto llevándolo a un
vaciamiento del yo, lo cual genera deserciones de la existencia, o elevaciones
de la misma. Es evidente que el melancólico clama por la ausencia de algo, pero es precisamente ese algo quien reclama su ausencia.
Si bien la pérdida es causa fundamental
de la melancolía, no se trata de una pérdida, en términos físicos, de un objeto
concreto. Para aclarar esto Freud compara el duelo; perdida de un ser querido
con el estado melancólico. En la relación sujeto-objeto perdido del duelo, el
sujeto es consciente del objeto perdido; ha perdido a un ser querido. En la
pérdida del sujeto melancólico existen características que reflejan estados
inconscientes en relación con lo perdido, por lo que van más allá de la
desaparición concreta de un objeto determinado, es decir el melancólico puede
saber a quién ha perdido pero no sabe
qué ha perdido en esa persona.
La pérdida es pérdida de “algo” en la
conciencia del sujeto y no en el mundo fenoménico. Freud considera que la
ausencia causa de la melancolía es una ausencia del yo reclamada por el
superyó. El sujeto carece de algo y
no es consciente de qué, debido a que eso perdido hace parte del yo reclamado
por el superyó como demanda ideal vista en el objeto. Freud describe el proceso
del siguiente modo; “De esta manera, la
pérdida del objeto se ha transformado en una pérdida del yo, y el conflicto
entre el yo y la persona amada se ha convertido en una escisión entre la
crítica del yo y el yo alterado por identificación”[1]. Después que el objeto se hace modelo del súper
yo, nace la crítica hacia el yo debido a que el superyó considera al yo con los
rasgos del objeto perdido, resultando de este modo en odio hacia el yo. Así
para Freud, la melancolía surge como un afección narcisista, en donde el conflicto es intra-siquico, y se da entre el yo y el superyó, lo cual deja ver a
su vez que las instancias
ideales del yo determinan las dinámicas de la melancolía.
A través de la pérdida del objeto se ve
una imagen que se pierde para el superyó, en el yo. El sujeto anhela, ama un
objeto exterior pero tal no es afuera, está o “estuvo” en él mismo y ahora está perdido. Es la
afección narcisista; el sujeto
melancólico ama a ese objeto perdido que está en sí mismo. La imagen especular
entonces desfallece ante la nada de su reflejo, el espejo es morada de aquel
ideal pero este está perdido, no hay entonces nada en el espejo, es marco de nada. Con ello se da una
desvitalización del mundo ya que el sujeto se siente vacio por medio de su
reflejo, lo cual le produce una búsqueda de otras posibilidades, otros modos de
existencia fuera de la realidad que enfrenta. Este sentimiento incita al sujeto
melancólico a buscar detrás de las cosas, detrás de la realidad inerte los
indicios de una verdad oculta. Sin embrago, detrás del marco vacío del espejo,
no hay nada. Jacques Lacan habla en el Seminario X de la
identificación con la nada (le rien)
de los melancólicos, como una identificación con lo que no pertenecería al
registro especular.
El vacio que reproduce el espejo surge
del ideal de yo que crea el superyó a partir del desarrollo de unas
expectativas que se escapan por medio del objeto que se ama, que se desea. En
el espejo mora la nada reflejo del sujeto melancólico, quien al ver que su
reflejo nada es, se intro-yecta
escociéndose en lo irreal para buscar un verdad trascendental que opaque la
penosa luz de la realidad. Esta es una misión que solo él puede llevar a cabo.
De este modo el sujeto melancólico se eleva o cae; muerte o elevación sólo se
espera de él, dentro de una construcción irreal
de su existencia.
El análisis de Freud posibilita una
vista de la melancolía desde un foco estético; el melancólico muere en su celda
espectral o él mismo se eleva hacia sí mismo. Con Freud el criminal es también
artista, quien busca en lo sinuoso, en las repeticiones y los atajos engañosos,
una salida de su celda espectral, la nada. El criminal es artista, en la medida
en que busca la salida de su horror por medio de la representación del
conflicto intra-siquico yo-superyó.
El melancólico escapa porque cree que
es el elegido a ingresar, por medio de una realidad superior, a la búsqueda de
una verdad trascendental en la cual descansa su salvación. ¿Es esta realidad
superior un recóndito de lo irreal? ¿A dónde corre el alma melancólica en su
huida?
“(…) Max
teníamos el corazón envuelto en papel regalo y nada nos importaba Max observa
ese cielo siempre está ahí nunca se mueve es como una gran mano azul que cubre
todos los dolores todos los olores todos los colores gracias por el labial rojo
Max gracias voy a llenar ese cielo con mi nombre con tu nombre con el nombre de
los conejos de las moscas de las hormigas desde esta misma tarde empiezo a
pintar el cielo con este labial voy a llenar ese cielo con mi nombre en tu nombre
con el nombre de los conejos de las moscas de las hormigas desde esta misma
tarde empiezo a pintar el cielo con este labial voy a escribir poemas dementes
cerca de las nubes cerca de Marte cerca de las estrellas muertas voy a escribir
que un caballo se agolpa en tu risa y que cada vez que abres las manos salen
halcones que llenan de sangre los árboles y los ríos y las hojas secas y las
palabras y las pesadillas gracias por los chocolates Max gracias muchas gracias
voy a llenar cada silencio de labial rojo y cada ruido del día del mundo del
universo voy a terminar de romper mi corazón todos me dicen que mi corazón son
como mis calzones rotos que huelen a noches cansadas a manos que se escabullen
por mis nalgas buscando un poco de calor un poco de silencio tal vez un poquito
de ruido ven para acá Max déjame ver tus ojos déjame ver si también tienen los
sueños vueltos mierda como los míos (…)”[2].
El texto anterior deja ver ese escape
hacia lo que no es, ese querer encontrar algo que definitivamente no está en lo
cotidiano, en esa sucia realidad que deja la melancólica. La búsqueda de la
salida del tormento develado por medio del tedio de los días, en donde las
esquinas son cuadros delirantes, paisajes urbanos derrumbándose en el paso del
sonido, lugar de la huida, la nada, el escape a la realidad superior, en la que
nada, es.
El movimiento
surrealista de principios del siglo XX buscaba escapar de la realidad propuesta
en la época además de
buscar y representar una creación de realidad subconsciente, onírica,
imaginaria e irracional más allá de la realidad física. El
manifiesto surrealista elaborado y presentado por André Bretón en 1916, propone
la creencia en una realidad superior en la cual convergen diversos aspectos de
la existencia humana. “El surrealismo se basa en la
creencia de una realidad superior de ciertas formas de asociación desdeñadas
hasta la aparición del mismo, y en el libre ejercicio del pensamiento. Tiende a
destruir definitivamente todos los restantes mecanismos psíquicos, y a sustituirlos
por la resolución de los principales problemas de la vida”[3]. En gran parte son los sueños los que fundamentan
el hacer surrealista ya que como destellos rebeldes en la mente, emociones
enterradas en la superficie subconsciente suben a la superficie consciente
dejando “ver” aquello oculto por la razón.
Sin embargo los sueños son
las emociones enterradas del sujeto que la razón tiene ocultas. La subjetividad
es el elemento más importante del surrealismo, ya que permite a muchos de los artistas de este
movimiento desarrollar su creatividad y así poder tomar los sueños, lo irreal,
lo oculto como herramienta de producción. Según Freud esta subjetividad está
ligada al sujeto que la conjuga en la medida en que es allí mismo donde se da
el conflicto ser querer ser que produce la melancólica.
El melancólico está huyendo
del conflicto que produce la tensión súper-yo yo; exigencia del el primero al segundo; ser lo
que no se está siendo. El melancólico huye del lo que le genera esa sensación
proveniente del inconsciente; no poder ser lo que quiere ser. Tal conflicto
está en el inconsciente y ataca por medio de crisis nostálgicas sin fundamento
o razón lógica al sujeto, generando un estado de vacio inexplicable que termina
en ocasiones con la deserción de la existencia, o como es el caso de algunos
surrealistas, con la creación de posibilidades de existencia más allá de su
realidad.
Es posible pensar a muchos
de los manifestantes del movimiento surrealista como melancólicos. Escapaban
desesperadamente por medio de una búsqueda intensa, a otros “cielos”. Corrían
de sus lentas y “reales” vidas cotidianas a territorios perdidos en lo más
profundo de su inconsciente. Tal vez fue esa huida la que llevo a muchos de
ellos a encontrar en el “mundo surreal” de
sus inconscientes, una nueva motivación que diera impulso a sus vidas. En este
paraíso, de la utopía tópica creada a partir de lo que no es, la inspiración enmarca
la dinámica de creación y sus mentes inconscientes se dejan llevar por los
aires de sus sueños.
Sin embargo esto sólo es
una interpretación que carece de fundamentos y que sirve únicamente -en este
caso específico- para mostrar la posibilidad de un arte en tanto devenir de la
melancolía. En
la medida en que la melancolía no sea una pasión pasiva, sino activa -viendo
esto desde una voluntad de poder nietizscheana-
es posible que el individuo devenga artista, o aún mayor; si se pone al
individuo mencionado no como tal sino
como el conjunto, como el espíritu colectivo de una época, se puede concebir toda
una estética de época por medio de este sentimiento inconmensurable de
tristeza; la melancolía.