Después de salir, tres de la mañana, Dani quiso
caminar por la avenida hasta su casa. La
luz de los postes caía nubosa en la mojada calle, pocos autos transitaban a esa
hora. Caminaba
lento, parecía que no quisiera llegar; su mirada al piso, en su cabeza
recuerdos vagos que rebotaban en medio de su embriaguez. Para un taxi, al
montarse una música lo golpea sacándolo de aquella avenida nublada y mojada;
gritos rasgados y estruendo de guitarras eléctricas mescladas con batería Mapex
doble bombo. El taxista, un metalero noventero; camiseta negra, pelo largo y
tacheras, le pregunta a dónde puede llevarlo. Dani le mira con un asombro
amable y pide que lo lleve a su casa, que queda cerca, que él le va diciendo
pero que le haga despacio que todo bien. EL TAXISTA (mirada sonriente) ¡Todo bien parce…! ¿Un tema pa` escuchar? DANI (sonriente) Downfall, de Children of Bodom, ¿lo tenés? EL TAXISTA (mirada
sonriente) ¡Sisas, se le tiene! El
taxi sale disparado por la avenida, como saliéndose de ella, como empujado por
el poder de Downfall, de sus guitarras, del doble bombo, todo bien parce.
En el trayecto Dani le cuenta lo de la noche
al taxista, este escucha atento. Era un apartamento
de paredes blancas, tapete café crema, cocina roja, dos balcones, un baño. Todo
menos el cuarto de María estaba en un único salón. En un extremo una pequeña
maquina que producía aire caliente, también había flores rojas en gran número, sombreros
de muchos colores en el perchero, mesa amplia en el centro, en ella dos libros:
el lobo estepario e imagen-tiempo. Instrumentos musicales por doquier: un arpa
de madera pálida, batería negra con bombo roto, guitarra sin algunas cuerdas,
bongoes, timbales, un piano empolvado, quena, zampoña, marimba, un redoblante
con mariguana trillada en su entorchado. Todo un paraíso para un músico. Salí a uno de los
balcones, las luces de la ciudad titilaban incansables, podía ver muchas de
ellas, la niebla aún no había llegado, la lluvia apenas amenazaba. La avenida
en el lomo de la montaña, sostenía fuerte las pequeñas lucecitas que pendían
de ella.
Luego
de un rato entré y logré destapar una botella de vino Vasco Viejo con el
cuchillo de la mantequilla, no había Sacacorchos, derramé un poco de vino en el
tapete. Nadie se dio cuenta, me miré en el reflejo de la ventana y me sonríe,
igual el tapete era un desastre. Nos tomamos esa botella mientras María se
vestía en su cuarto después de una ducha. En el compu: Fito Paez, en sus bocas: algo de la baja noche porteña,
en el cielo: aún las estrellas. No habiendo terminado su relato, el taxi llego a la casa de Dani, este se bajo cerró la puerta, la música se fue con el
portazo del taxi y la luz nubada de los postes públicos junto con el frio
mojado de la calle, regresaron.
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