martes, 27 de noviembre de 2012

Sí Mario, hoy el Tango


                                    Los pasajeros de las “cajas blancas” no nos damos cuenta realmente del viaje.

Los domingos mi papá me llevaba a pasar la tarde en la casa de la abuelita Camila, allí se reunía la familia para mostrar sus pequeños triunfos o esconder sus inevitables derrotas. Después del almuerzo, y si la cosa daba, el abuelo sacaba las milongas que aún conservaba en un casete que el tío Andrés, que trabajaba en Radio Todelar, le había grabado para que no quedaran olvidadas como el tocadiscos o la radiola. El abuelo tomaba a la tía Patricia, la única que osada se atrevía a seguirle el paso, y así empezaba el baile. Los chicos veíamos con admiración y respeto cada paso de la milonga que en aquella estrecha sala se producía. El aguardiente de Caldas empezaba a pasar; primos tíos y el abuelo doblaban la copa hasta el fondo, luego otra y otra, hasta llegar al punto culmen de la tarde, la entrada de la noche que acompañada de La Cumparsita, enmarcaba el final de la milonga.


Esas tardes no se me olvidaron, no se me olvidan, pero claro, uno crece la familia se dispersa y los abuelos mueren. No volví a escuchar más esas milongas, esos sentimientos de arrabal que se desbocaban en los movimientos de mis familiares milongueros. Luego llegó la época universitaria, uno conoce mucha gente, las tendencias idealistas revolucionarias de izquierda que hace años pasaron por Europa, reinan en Sur América y se filtran en la cultura por medio de sus claustros públicos, de sus grupos sindicalistas, de sus colectivos subversivos, y de sus bares. Me dejé tocar por aquellas ideas, y bueno aunque no viví la época de la hermosa trova cubana, ni la de la respuesta rockera argentina ante la dictadura militar, sí que me tocó la época de Manu Chao y su romanticismo político-social, Papashsanty con su espectacular rima rapera, y claro, las débiles manifestaciones artísticas nacionales que por ese tiempo se daban.

Todas estas y más eran músicas que sonaban, desde el martes, en “Chicha y Guarapo”, un bar que se convirtió más que en mi sitio de “juglaría y borrachera” en el lugar que gobernó mi ser por varios años, locos, soñadores, ingenuos. El autor de este sitio era Mario, un hombre callado, reservado, observador, pero con un poder enorme, poca hablaba, poco hacía, impasible se limitaba a buscar en aquel monitor blanco gordo y un poco sucio, sus ‘acciones’, sus ‘palabras’ sus ‘movimientos’, su magia. Este bar se convirtió en las noches y el deseo de aquellos días, Mario sabia dónde y en qué momento tocarme, era una especie de agente del placer del baile y la música.

Pero luego, claro, uno también quiere irse, viajar, caminar, aprender, olvidar. Y se llega el Sur, la pampa, el arrabal, el gran río, la extrema soledad y melancolía de Corrientes, Callao, Córdoba, Ayacucho y Rivadavia, y en todas sus esquinas el respiro del viejo, del Tango. Entonces los recuerdos, que siempre han estado pellizcando los días, trayendo de regreso las cosas que el alma hizo suyas, toman el timón para continuar mostrando el camino. La Milonga el Tango, que hermosa tragedia, que llorar más orgulloso y delicado, honorable y desgarrador, fue tocándome hasta tomarme sabiéndome como un otario más, pero no lo hizo totalmente, el sabría cuándo hacer su gran arrabal.

De regreso en el país de la panela, de la cumbia y el ‘porro’, me encontré con este mismo personaje, Mario. Hablamos un poco de todo, y fue al final que cuasi interpelándome me preguntó; ¿y, ahora cuál dios te domina? Me quedé pasmado; entonces sí era consciente del poder que tenía sobre mi, el momento me dejó desubicado, traté de pensar qué responderle. No pude responder nada. Pero bueno a uno se le quedan rebotando las cosas en la cabeza, y hoy, unos años después de aquel encuentro, y tras entender que no fue solo vacío lo que me dejó la pampa y las calles argentinas, le puedo responder: el Tango. Porque tal ves lo he entendido a partir de la soledad de estas calles que miro desde aquellas nostálgicas de ese Tango de Buenos Aires. Así que con la misma fuerza desgarradora y expresiva del arrabal, y con esa fuerza que supone la locución del verbo interpelar en un desprevenido transeúnte, que como yo observaba la calle de mi ciudad, digo El Tango, una y otra vez. Este está habitando mi ser, me acompaña como un viejo zorro melancólico, y yo me aferro a él para sobrevivir.

Y qué es el Tango… tan poco sé de escribir y menos de volver un relato lógico y coherente de eso tan humano; “hermosa tragedia, llorar orgulloso y delicado, honorable y desgarrador”. El Tango ha ido tocándome fuera de su casa, hasta tomarme por completo sabiéndome suyo en este gran altiplano.


Rodilla rota


Sí, quiero escribir algo con la necesidad de sacar esto de mi alma, esto mismo que dejé entrar ilusionado; no fue más que el derrumbe de mi huida.

Es nada, es la nube gris que tapa este cielo, es este grito que traigo amarrado a mi cuerpo, que no se quiere ir, pero que no es más que lo que soñé; que al fin no era más que un sueño ajeno de nadie y de todos, de todos, de todos estos esclavos de corbata.

Hoy es un día más, oscuro y con la típica nube de smoke de esta ciudad. Todos van vestidos con sus trajes, con ese olor a paño perfume barato y hedor, ese hedor natural de sus trabajo compro, luego existo. Como siempre no encuentro un lugar para ser, o por lo menos una esquina que me deje ver la manera de ser, creo que no hay forma, no existe esa manera, solo era una invención de mi mente ingenua.

No más dijo el río cuando paró su cauce al ver adelante las inclementes ‘buenas nuevas’ del hombre egoísta que derramaba la sangre de sus hermanos. No más digo yo con las buenas malas de este día vida huida, que no ha sido más que un enorme choque con el horizonte imaginario que un día quise tener.