La luz blanca del patio
contigo a mi habitación aún estaba prendida, mis ojos se cerraban y abrían al ritmo de mi sueño; ese 'vicio' de querer andar sobre un mar en bote solitario con sentimientos sonoros invocados
por un azul fondo, un azul fondo, como el de aquellas noches de mi barrio. En
ese ir y venir de mis sentidos, en esa lucha por el estar y el no ser, por
alguna razón trascendental que aún no puedo entender, lo descubrí; era el
placer. El placer de los sentidos que se difumina en el más recóndito lugar de
la razón, es el conocer por el único modo posible; ese placer sensible, esa
satisfacción, es aquello que deslumbra que devela, es el ser que se descubre. Y
que cada sujeto puede experimentar en un momento indicado de su existencia. En
oposición al ‘conocimiento’ sistemático muerto, inerte que cuadra con la norma
con lo general con la regla, el conocimiento por medio del placer de los
sentidos eleva la razón y la pone en marcha para que, en el más amplio horizonte,
la experiencia estética se construya. Entonces mis ojos se cerraron golpeados
por aquella luz blanca y todo fue distinto, como siempre.
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