En una
tarde diversa y muy colorida, de fresco verde y fríos vientos, entre nubes y súbitos
rayos de sol, se cerró el pintoresco y muy colombiano festival Colombia al
Parque.
Con el arco iris adornando
los siempre visibles cerros orientales, el pasado domingo 28 de julio, en el
llamado parque de los novios de Bogotá, se llevó a cabo el cierre del XII
Festival Colombia al Parque, un festival para apreciar en conjunto la enorme
riqueza cultural de este país. En este lugar, cliché de tarde romántica, la Lulada, el Aborrajado, la Fritanga,
fueron algunas de las preparaciones culinarias que junto al intercambio de
libros, la proyección de documentales musicales y el contacto con algunos medios
independientes de la ciudad, acompañaron la tarde, una de esas cambiantes, de súbitos
rayos de sol y corrientes de vientos fríos.
Extranjeros, capitalinos y visitantes
de diversas partes del país, recibieron placidos las melodías, versos y bailes
de las agrupaciones seleccionadas para mostrar el colorido, la alegría y el
espíritu colombiano, que a pesar de sus conflictos conserva las bondades de
tres razas unidades por los periplos de la historia.
En un apropiado espacio del
mencionado parque, artistas diversos de Colombia tuvieron un lugar cómodo y
verde para mostrar los sueños, formas de vida y maneras de ser de sus
respectivas zonas. Sin embargo no estuvo en el escenario todo el espectáculo,
ya que en el público estaba el espectáculo sin guiones ni preparaciones; mochilas
arahuacas, ruanas boyacenses, ponchos antioqueños, alpargatas, “zapato elegante”, gafas de sol, tenis
converse de múltiples colores, y sombreros: vueltiao
aguadeño y bayaco, además de
diversos acentos y frases, redondearon el evento para que Colombia al Parque
fuera realmente lo que su nombre refiere.
Herencia de Timbiquí, Los
Corraleros del Majagual, El Cholo Valderrama fueron algunas de las agrupaciones
que hicieron presencia en el verde espacio. Entre tanto los Filipichines,
agrupación de la denominada carranga cundiboyacense, “prendió el baile”, o como
diría Rubén Albarrán -vocalista de Café Tacuba- “armó la chancla”. Gritos
repetidos y orgullos de “jupeuchica viva
Boyacá” entre movimientos aletiados a ritmo de la guacharaca, le
iban dando la personalidad a la tarde.
El circuito por la mini
feria gastronómica era todo un dilema sensorial, ya que la oferta no era tímida
y se tenía confianza en las artes de ofrecerse por medio de su olor y
apariencia. Platos típicos del Chocó, del Valle del Cauca, Antioquia, el eje
Cafetero y la costa Atlántica, eran consumidos por más de un centenar de
personas que entre “paso y paso le iban dando a la cuchara”.
La danza folclórica también tuvo
su representación por medio de Danzarte. Agrupación que por medio del clin clin
de sus machetes y el arrebatao baile
tras palabras en verso, dejó ver fácilmente su procedencia, Antioquia. Sus rimas
paisas campesinas, le sacaron más de una risa al capitalino público que
sonriente admiró aquellas gentes de alpargatas sombrero y versos excepcionales,
dotadas con toda la fuerza y energía de la tierra paisa.
Así, jóvenes con cara de
hippies, otros con cara de europeos y algunos menos exóticos, gozaron junto con
familias los sonidos característicos de cada zona; así, a pesar de que el frío
no dejó nariz caliente, los rayos de sol acompañaron el baile. El público estuvo
inmerso y entregado, empapado de espíritu campesino: palenquero, carranguero,
corralero y hasta jornalero, propio de gentes trabajadoras; así, la capital de
este terruño, tuvo un espacio sonoro y festivo, un evento sincero y familiar,
exótico y convencional, donde la cultura dejó ver existencias únicas, costumbres
andinas, tropicales, pensamientos afros, sueños caribes por medio del sin igual
folclore Colombiano.
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