viernes, 19 de marzo de 2021

¿Baillamos?

 

El semestre estaba por terminar y aún no lograba entender a Libby, en solo quince días ella estaría de vuelta en Nueva York, y yo seguiría para un inverno más en Buenos Aires. Tal vez entonces, ella se arrepentiría de todas las veces que se negó a mis planes y me escribiría un mensaje explicándome las trascedentes razones por las cuales lo hizo; o simplemente se quedaría en silencio, se graduaría, conseguiría un trabajo en Sevilla y se casaría; como finalmente sucedió unos años después.

Por esos días Laura me venía diciendo que no saturara más mi cabeza con lo de Libby, que me concentrara en estudiar, en terminar las monografías en aprobar todos los seminarios, para que pudiéramos irnos de viaje tranquilos, como lo habíamos planeado para las vacaciones de ese invierno. Un jueves, decidimos no ir en El 37 a la Universidad, como normalmente lo hacíamos, sino tomar el Tren Subterráneo y bajarnos en Púan, la estación más cercana; de allí sin embargo, había que caminar tres cuadras para finalmente llegar a la Universidad. Mientras caminábamos le dije, entre otras cosas; - que tenía razón que me concentraría en mis estudios ya que era lo más importante.

Entre esto, escuchamos un grito de Libby que venía tratando de alcanzarnos unos metros atrás. Mientras ella se acercaba, Laura percibió mi cambió de actitud al ver mis movimientos, entonces me dijo en voz baja y rápidamente: - invítala a La Catedral, yo sorprendido le pregunté; - ¿A una Catedral a qué? Entonces me respondió en la misma voz baja, pero más afanada porque Libby casi llegaba: - ¡Boludo! La Catedral es un sitio de Tango, para Bailar Tango, a ella le gusta mucho bailar, ¿no te has dado cuenta?... No le respondí; y no quise invitar a Libby, ya había decidido no dar más cabeza al asunto. Pero Laura estaba resuelta a que fuéramos a este lugar, así que sorpresivamente propuso un plan de tres para ir, al cual Libby inmediatamente aceptó.

A mí realmente no me gustaba la idea, no me gustaba ir a lugares donde tenías que vestir de determinada manera para entrar; había que ir vestido “elegante al estilo Tango”, es decir ir disfrazado de la alta sociedad porteña de los años cuarenta, y además, la idea de dejar mis harapos de hippie latinoamericano e ir a gastar plata a este sitio, me daba “mal genio”… pero este desparecía cuando recordaba que Libby también iría.

Llegué antes de las nueve, el vestido y los zapatos que me había prestado mi amigo Thomas me hacían sentir una extraña comodidad, entre esto había pagado mis primeros diez pesos en una corte de pelo, para no desentonar con aquel disfraz; cómo dijo Thomas: -ya entrado gastos... Subí las largas y amplías escaleras del lugar y giré a la derecha, entonces estaba el salón; un espacio amplio de piso de madera delgada, y encima de ella se movían; giraban, subían bajaban muchos zapatos tangueros, elegantes, gallardos. Gallardos  se retaban mientras se seducían con sus ojos, con sus manos, con sus espaldas, con sus cinturas, con sus piernas. Encima de todo esto, estaba un círculo de bombillos de colores que pendían del techo y le daba la vuelta a esta duela, a esta pista. Esto bombillos definitivamente no eran tangueros, pensé, pero le ponían un toque hippie al lugar que me gustaba mucho.

Libby llegó casi a las diez, parecía otra;- o no, era ella… pero en una versión más madura y elegante, ¡estaba hermosa!... Me dijo; -Laura no viene se enfermó, le dije; -sí lo sé, debe ser esa pasta horrible de plástico que siempre come, y disimulé mis nervios mientras me tomaba un vino. No sé si Laura realmente se enfermó, o si simplemente era un plan desde el inicio para que al fin Libby y yo tuviéramos un espacio para hablar.

Pero no hablamos más. Solo se acomodó en la mesa, esperó que le trajeran su vino, tomó un trago y con su mirada me dijo; - vamos a bailar. Entramos a la pista; le tomé la mano para llevarla entre la gente al centro, abajo de estas luces de colores, cuando estuvimos allí ella tomó mi mano derecha y la puso en su espalda, abajo; mi mano estaba dichosa, encantada, amoblada en su espalda, y allí abajo pude sentir ese traje negro terciopelo, largo y ceñido, muy ceñido, tanto que podía sentir el acomodo de sus caderas encima de él.

Entonces, me empezó a decir con sus manos, a explicarme con su aroma, yo le respondía discutiéndole con mi mirada con mi respiración, y ella replicaba doblando su cintura por encima de mi mano derecha que la sostenía, y me miraba desde abajo muy fijo a los ojos, casi desafiante, no cedía en sus argumentos. ‘Hablamos discutimos, nos ofendimos y lloramos un poco’, y el Tango nos acompañó con sus melodías tan gallardas pero de arrabal hasta el final... aquel momento donde el último respiro del viejo Bandoneón nos mostró que terminaría, sin haber ningún ganador.

 

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