jueves, 25 de febrero de 2021

La Montaña

Interpretó el momento para salir, había necesidad de hacerlo. Era necesidad de correr, de dejar, de huir, de Ser. Una necesidad que venía gritándole en las noches en las calles, en los amaneceres.

Seis de la mañana el balcón; en frente suyo la enorme pared de siempre, verde y fresca; huele a agua, - ¿a qué huele el agua? A agua, tú siempre con ese afán de teorizar todo, de meter y de encasillar -.

Respira y se toma un trago, ¡delicioso!, a esta hora de la ‘noche’ está en su punto. Entonces se da una “pitada”, - ¡Pitada, esa palabra no existe! Pero se usa… entonces existe -.

El cigarrillo está apagado, lo ha estado desde las cuatro de la mañana, es la ansiedad que le produce tratar de entenderla; esto ha sido su vida en los últimos años.

Le ve con cariño, el Sol empieza a acariciarle un lado, a la vez que las Nubes en su retirada empiezan a desnudarle el otro, entonces ese olor a agua se intensifica y el respiro se vuelve hondo; la extrañará. Pero ahora solo quiere pasarle por encima, dejarla olvidarla, lanzarse a conocer lo que hay tras de ella, lo necesita.

Ha sido su casa; lo verde, lo alto, lo majestuoso, lo fresco, lo mismo; la repetición, el desasosiego, la aterradora quietud de lo inmóvil. Es su casa… también su cárcel.  

Talvez pueda entenderla, cuando no esté cuando no lo tenga. Entonces va a huir inmediatamente después que pase este momento; así la quietud, la repetición, el desasosiego no estarán más, en Su Montaña.  

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