lunes, 25 de febrero de 2013

Nihilismo; de Nietzsche a Fernando Gonzales


Fernando Gonzales escritor, filósofo, político y abogado antioqueño, poco conocido en su época, pero acogido considerablemente por las nuevas generaciones de libres pensadores colombianos, es uno de los gestores del nihilismo nietzscheano en Colombia durante la primera mitad del siglo XX, por medio de su nadaísmo.

Re-constructor de hombres e identidades perdidas en el ajeno transcurrir de la historia “occidental”, su obra está llena de palabras y pasajes nietzscheanos traducidos por y para él a su propio lenguaje, el paisa de la montaña antioqueña; bregar es uno de esos verbos que fundamentan su pensar; “Para no cansarse hay que bregar a descubrir nuestros ritmos”, dice Gonzales[1]. Esta palabra deja ver el obrar de la voluntad de poder nietzscheana; bregar es el equivalente a obrar, a crear, desde sí mismos, desde la única y necesaria interpretación del mundo: reconocer nuestro ritmo, es la búsqueda de sí sabiéndose en la libertad que dejó la caída del mundo suprasensible, del mudo de Platón. Que a pesar de haber caído con la edad moderna, este mundo judeocristiano, en Colombia, en la época de Gonzales, estaba más que vigente.

Fernando Gonzales dedica gran parte de su obra, a la crítica de aquellas entidades supraterrenales, ideales inmóviles que ajenamente, determinan la vida de los que padecen y gozan el cambiante mundo del devenir. De ahí la crítica severa a la iglesia, de ahí la critica a las instituciones, a esos gordos[2], según él que fundamentan su mandato en los lejanos designios divinos, y entre ellos a los jesuitas hacia los cuales dirige si su ataque frontal, ya que siendo un ‘hijo’ de esa educación sabe muy bien sus secretos. Gonzales avanza en la critica a esta educación afirmando que es totalmente alienante, y escribe; ”Hace poco se establecieron en Manizales los jesuitas. El jesuita es el hombre de la regla; el hombre que disciplina su inteligencia y sus pasiones (…). Viven los jesuitas conforme a normas preestablecidas para cada uno de sus segundos, y todos sus actos, todas sus abstenciones tienen por finalidad controlar la carne y el espíritu, doblegarlos, esclavizarlos, (…)”[3].  

Defensor acérrimo de la vida activa, esa a la que Nietzsche a partir del nihilismo activo, invita a valorar, en donde el crear por medio de la voluntad de poder es lo más preciado. El camino inacabable de Gonzales está lleno de reflexiones que motivan a vivir en el mundo del devenir, de lo fenoménico, a percibir el mundo desde la única y más propia experiencia. Ese mundo que con cada mañana nos asombra, que deslumbra con cada nueva forma que aparece; “Es nuestro propósito que la obra y expresión de nuestro vivir de cada instante quede agradable y efímera. ¡Odiamos la seriedad! Todo sonríe y es efímero, como la telaraña, menos el hombre gordo. El estilo y el pensamiento deben ser variables, efímeros, como la telaraña, que es todo lo fenoménico”[4].

Gonzales defiende de la belleza y grandeza de lo propio, que en el camino va quedando marcado por el olor del viaje. De ese viaje que significa las ganas de vivir desde sí, que más que poner un sello, es dejar que el mundo sea como es para cada quien, la cual no es más que la única y verdadera forma de ser. “Toda nuestra actividad, y más aún, los mundos todos, son el surgir de la esencia”[5]. Afirma, porque para él lo único hermoso es la manifestación que brota de la esencia  vital de cada uno, lo cual no es posible dentro de aquel ‘mundo verdadero’ que no permite, bajo ninguna circunstancia que, -en términos Heidegger- el ser sea siendo.

Con la caída de la trascendentalidad, el mundo de los dioses perfectos, de las idas eternas, pierde su fuerza activa en el hombre, por tanto este se libera. Pero esta libertad está llena de incertidumbre, el hombre se siente tirado sin sentido en el mundo, se siente desamparado, no existe ya un fundamento divino que le marque el sendero. Y es allí cuando actúa el nihilismo activo, pues tiene que empezar a obrar, a construir su propio camino. Camino que le llevará a la búsqueda constante de su ser, siendo únicamente él, quien por medio de sus pies, viaje, abra su camino, el cual se le abrirá respecto a su ser. “Por dentro llevamos la carretera de nuestras vidas”[6], dice Gonzales.

La voluntad de poder de Nietzsche, la bandera de su nihilismo, es tener poder. Pero ese poder no es coerción sobre los semejantes, sino, un poder en tanto control de sí mismo, es tenerse, saberse a partir del ser; es el camino hacia el súper hombre, el cual se reclama a sí mismo como creador, separándose de cualquier esperanza en un Dios ‘representador’ del mundo. Fernando Gonzales[7] dice; “Poseerse a sí mismo es garantía de poder”, lo cual no es más que el principio para seguir viviendo, buscando siempre lo que tenga más vida y lo que tenga más vida será siempre lo que le permita existir desde sí. Este es el ideal de la vida pletórica, o como Heidegger lo diría del ser siendo. Para Nietzsche la vida siempre será seguir viviendo desde sí, por medio del poder sobre sí mismo.

Hay tanto de donde cortar de Nietzsche a Fernando Gonzales, que es posible escribir felizmente hasta completar cientos de páginas, pero esta no es la ocasión, y por tanto, con las escusas de antemano, dejaré hasta aquí.





[1] GONZALES, Fernando. Viaje a pie. Editorial Bedout S.A. 1976 Pág. 123.
[2] Fernando Gonzales, a menudo, utiliza éste término para referirse a los políticos  y burócratas de su época.
[3] GONZALES. Op. Cit., pág. 181
[4] Ibíd. Pág. 218
[5] Ibíd. Pág. 213
[6] GONZALES, Fernando. Los negroides. Editoral Errepar S.A. 1986
[7] Ibíd. Pág. 86

No hay comentarios:

Publicar un comentario