Fernando Gonzales escritor, filósofo, político y
abogado antioqueño, poco conocido en su época, pero acogido considerablemente
por las nuevas generaciones de libres pensadores colombianos, es uno de los
gestores del nihilismo nietzscheano en Colombia durante la primera mitad del
siglo XX, por medio de su nadaísmo.
Re-constructor de hombres e identidades perdidas en
el ajeno transcurrir de la historia “occidental”, su obra está llena de
palabras y pasajes nietzscheanos traducidos por y para él a su propio lenguaje,
el paisa de la montaña antioqueña; bregar
es uno de esos verbos que fundamentan su pensar; “Para no cansarse hay que bregar a descubrir nuestros ritmos”, dice
Gonzales[1]. Esta palabra deja ver el obrar de la voluntad
de poder nietzscheana; bregar es el equivalente a obrar, a crear, desde sí mismos, desde la única y necesaria
interpretación del mundo: reconocer
nuestro ritmo, es la búsqueda de sí sabiéndose en la libertad que dejó la
caída del mundo suprasensible, del mudo de Platón. Que a pesar de haber caído
con la edad moderna, este mundo judeocristiano, en Colombia, en la
época de Gonzales, estaba más que vigente.
Fernando Gonzales dedica gran parte de su obra, a
la crítica de aquellas entidades supraterrenales, ideales inmóviles que
ajenamente, determinan la vida de los que padecen y gozan el cambiante mundo
del devenir. De ahí la crítica severa a la iglesia, de ahí la critica a las
instituciones, a esos gordos[2],
según él que fundamentan su mandato
en los lejanos designios divinos, y entre ellos a los jesuitas hacia los cuales
dirige si su ataque frontal, ya que siendo un ‘hijo’ de esa educación sabe muy bien
sus secretos. Gonzales avanza en la critica a esta educación afirmando que es totalmente alienante, y escribe; ”Hace
poco se establecieron en Manizales los jesuitas. El jesuita es el hombre de la
regla; el hombre que disciplina su inteligencia y sus pasiones (…). Viven los
jesuitas conforme a normas preestablecidas para cada uno de sus segundos, y
todos sus actos, todas sus abstenciones tienen por finalidad controlar la carne
y el espíritu, doblegarlos, esclavizarlos, (…)”[3].
Defensor acérrimo de la vida activa, esa a la que
Nietzsche a partir del nihilismo activo, invita a valorar, en donde el crear
por medio de la voluntad de poder es
lo más preciado. El camino inacabable de Gonzales está lleno de reflexiones que
motivan a vivir en el mundo del devenir, de lo fenoménico, a percibir el mundo
desde la única y más propia experiencia. Ese mundo que con cada mañana nos
asombra, que deslumbra con cada nueva forma que aparece; “Es nuestro propósito que la obra y expresión de nuestro vivir de cada
instante quede agradable y efímera. ¡Odiamos la seriedad! Todo sonríe y es
efímero, como la telaraña, menos el hombre gordo. El estilo y el pensamiento
deben ser variables, efímeros, como la telaraña, que es todo lo fenoménico”[4].
Gonzales defiende de la belleza y grandeza de lo
propio, que en el camino va quedando marcado por el olor del viaje. De ese
viaje que significa las ganas de vivir desde sí, que más que poner un sello, es
dejar que el mundo sea como es para cada quien, la cual no es más que la única
y verdadera forma de ser. “Toda nuestra
actividad, y más aún, los mundos todos, son el surgir de la esencia”[5].
Afirma, porque para él lo único
hermoso es la manifestación que brota de la esencia vital de cada uno, lo cual no es posible
dentro de aquel ‘mundo verdadero’ que no permite, bajo ninguna circunstancia que,
-en términos Heidegger- el ser sea siendo.
Con la caída de la trascendentalidad, el mundo de los dioses perfectos, de las idas
eternas, pierde su fuerza activa en el hombre, por tanto este se libera. Pero
esta libertad está llena de incertidumbre, el hombre se siente tirado sin
sentido en el mundo, se siente desamparado, no existe ya un fundamento divino
que le marque el sendero. Y es allí cuando actúa el nihilismo activo, pues tiene
que empezar a obrar, a construir su propio camino. Camino que le llevará a la
búsqueda constante de su ser, siendo únicamente él, quien por medio de sus pies,
viaje, abra su camino, el cual se le abrirá respecto a su ser. “Por dentro llevamos la carretera de
nuestras vidas”[6],
dice Gonzales.
La voluntad
de poder de Nietzsche, la bandera de su nihilismo, es tener poder. Pero ese
poder no es coerción sobre los semejantes, sino, un poder en tanto control de
sí mismo, es tenerse, saberse a partir del ser; es el camino hacia el súper
hombre, el cual se reclama a sí mismo como creador, separándose de cualquier
esperanza en un Dios ‘representador’ del mundo. Fernando Gonzales[7] dice; “Poseerse a sí mismo es garantía de poder”,
lo cual no es más que el principio para seguir viviendo, buscando siempre lo
que tenga más vida y lo que tenga más vida será siempre lo que le permita
existir desde sí. Este es el ideal de la vida pletórica, o como Heidegger lo
diría del ser siendo. Para Nietzsche la vida siempre será seguir viviendo desde
sí, por medio del poder sobre sí mismo.
Hay tanto de donde cortar de Nietzsche a Fernando
Gonzales, que es posible escribir felizmente hasta completar cientos de
páginas, pero esta no es la ocasión, y por tanto, con las escusas de antemano,
dejaré hasta aquí.
[1] GONZALES, Fernando. Viaje a pie. Editorial Bedout S.A. 1976 Pág. 123.
[2] Fernando Gonzales, a menudo, utiliza éste término para referirse a los
políticos y burócratas de su época.
[3] GONZALES. Op. Cit., pág. 181
[4] Ibíd. Pág. 218
[5] Ibíd. Pág. 213
[6] GONZALES, Fernando. Los negroides. Editoral Errepar S.A. 1986
[7] Ibíd. Pág. 86
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