Era la casa branca. Todos estaban en
la sala, y aunque esperaban ansiosos por salir, las puertas… estaban abiertas.
Andrés miraba las piernas debajo de
las medias negras veladas de Luisa, Luis y Gabriel compartían un vino tinto
caliente en la mesa central, mientras Marta observaba por la ventana alguna
estrella nueva o un planeta distante. La noche anterior habían participado de
una fiesta con encajes, vino en grandes proporciones y tabaco hasta el
amanecer…, claro, cavilando el escape. Este era el día, consensarían la huida.
Marta, que poco hablaba tomó la palabra primero, e imponente dijo; este plan no puede fallar, tiene que ser
diferente a los otros, ya tenemos que irnos…
Mientras Marta seguía su exposición,
Andrés recordó la noche que pasó con Luisa; estaba solo en su balcón, a lo
lejos divisaba unas luces titilantes pequeñísimas, imaginaba que debían ser de
una ciudad con muchos clubes nocturnos de chicas, se veía en alguno de ellos
con Daysi. Cuando era libre Andrés frecuentaba estos lugares constantemente recordando
a Daysi, la joven con la cual tuvo su primer encuentro. Siempre pensaba en ella
cuando veía las luces distantes, claro, hasta esa noche que salió al balcón de
su cuarto a desear una vez más entre aquellas luces, su libertad. Antes que su
mente cambiara de ritmo, Luisa llego al balcón. Empezó a contarle que no podía
dormir, que estaba desesperada en el encierro y que no aguantaría un invierno
más allí. Él no podía concentrarse en sus palabras, no podía hacerse la mínima imagen
mental a partir de ellas, pues Luisa estaba en una piyama muy corta de encajes
negros, y aún tenía sus medias veladas negras. Así que como pasa en las
películas; a Andrés simplemente se le fue el volumen de la escena y la imagen fue
la protagonista.
Seguro fue por Luisa ya que Andrés,
aunque lo quisiera, no sería capaz de incitarlo; no mucho después del pequeño
monologo silencioso de Luisa, estaban en su cama. Andrés le quitaba lentamente
aquellas medias veladas negras, lentamente, ella lo miraba desafiante mientras
le decía; -que bien Andresito, después
que termines con eso vienes acá y me ayudas con algo que tengo para ti. Él
únicamente atendía y atendía, se dejaba llevar. Hacía todo lo que ella le decía
con una placentera impaciencia, no se lo podía creer pero era así y le
encantaba. Luego llegaron los besos, los sonidos, los abrazos, los dale dale y
luego y luego y luego, el amanecer. Después de esa furtiva noche no fue más
Daysi la que se robó las meditaciones solitarias de Andresito, estas tenían un
nuevo nombre, Luisa.
…y
así hasta que estemos a fuera. Terminaba Marta su propuesta. Luis se
levantó y objetó; pero Marta ¿cómo vas a
pretender que prendamos fuego a las cortinas?, -solo es una distracción,
mientras que estas estén en llamas, nosotros habremos de ejecutar la otra
jugada, pero tendremos que hacerlo rápido para que no se den cuenta y sigan
pensando que es un incendió, respondió Marta. -No seas tonta, ellos no son ingenuos, saben lo que sabemos, puedo hasta
pensar que saben lo que pensamos también, interrumpió Gabriel. Luisa y
Andresito, veían, pero de ver poco, mejor miraban mucho, porque cuando uno mira
mucho no está viendo nada. Andresito seguía más bien en esas piernas debajo de
aquellas medias veladas negras, Luisa sabía de los ojos de Andresito; se reacomodaba
en su silla, se miraba el busto se lo organizaba y finalmente, se subía un poco
la falda.
El consenso seguía, cada vez más
agitado. Luis desesperado empezó a gritar, -maldita
casa, déjanos salir, no lo soporto no soporto un minuto más. -Cállate cobarde,
eres tan facilista tan inútil, claro en tu familia te hicieron todo, te llegó
el momento, ocúpate, porque si no lo haces con seguridad nunca saldrás de acá, gritaba
Marta en respuesta. Gabriel dejó
salir sus lágrimas, muchas, acompañadas de lamentos; -por qué nosotros, por qué por qué. Si están acá es por su culpa, son ustedes los únicos responsables, yo
ya acepté mi destino, y de ahí parto para retarlo, concluía Marta.
Estaba cayendo la noche, los cinco
continuaban en la sala, hacía frio. Después del agitado conceso triunfó la
propuesta de Marta, la única, pues Andresito y Luisa sin propuesta alguna,
aceptaron sin chistar. Las cosas se harían entonces a la manera de Marta, ya
que siendo la única su propuesta, tendría el mando de la operación. A las doce de
la noche volverían a la sala para darle inicio.
Esa noche antes de las doce, Luis y
Gabriel destaparon dos botellas más de vino de las veinte que guardaban celosos
a un lado de la ventana de su cuarto. Bebieron vino sin hablar mucho,
escuchando “two minutes to midnight” repetidamente. Marta se dedicó a observar
su estrella o su planeta, dirigiendo el humo de su cigarrillo hacia allí, hacia
arriba muy muy arriba. Luisa y Andresito veían aquellas luces pequeñas a los
lejos mientras sus cuerpos semidesnudos producían ese dale dale y luego y luego
y luego… en aquel balcón que de alguna manera hacía parte de sus cuartos; poco
licor y una chimenea encendida acompañaban su apasionado rato. Luisa esta vez
no permitió que Andresito le quitara las medias negras veladas, más bien las
utilizó para llevar al tope el momento.
La primera en llegar a la sala fue
Marta, faltaban quince minutos para la media noche, encendió un cigarrillo se
dirigió a la ventana, pero no pudo conseguir la tranquilidad para seguir
contemplado sus astros. Desesperada tiró el cigarrillo y su ocupó en encender
la chimenea. Luisa y Andresito llegaron, y sin hablar le ayudaron con la
chimenea, tenían el pelo mojado, Luisa tenía puestas sus medias veladas negras.
Luis y Gabriel bajaron con su botella en la mano, Marta les miró y les dijo; -espero que no se vayan a cagar el plan con
su vino. Ellos no respondieron, Gabriel dejó la botella en la mesa central
y acompaño a Luis a ir por más leña.
Eran las doce y quince de la noche,
el plan estaba en marcha. Sentados todos en la sala acompañados de una enorme
fogata inserta en la chimenea, esperaban el momento para emprender la huida.
Andresito miraba las piernas de Luisa debajo de sus medias veladas negras. Luis
y Gabriel habían destapado una nueva botella de vino tinto y la compartían en
la mesa central, Marta miraba concentrada desde unas de las ventanas, sus
astros.
Súbitamente Marta los miró y con un
gesto les dio a entender que era hora, corriendo tomó a Luisa, violentamente,
le subió la falda, le quitó sus medias negras veladas, les prendió fuego en la
chimenea y corriendo alrededor de la sala prendió fuego a las cortinas que la
rodeaban. Cuando estuvieron rodeados por el fuego Andresito terminó de quitarle
la ropa a Luisa y dale y dale y luego y luego y luego, Marta regresó a su
contemplación aprovechando el humo que salía de la casa para con soplos
enviarlo arriba, muy muy arriba. Luis y Gabriel brindaron una vez más y una vez
y otra vez hasta el fin de la botella. El fuego iba consumiendo sus manos; las
que sostenían las copas, los dedos que sostenían el cigarrillo, y los cuerpos
que se introducían uno al otro al lado de la ya ‘cenicienta’ chimenea. Luego el
fuego se hizo con la sala y con la casa entera.
La casa branca se quemó por completo,
solo quedaron sus cenizas y las de Marta, Luis y Gabriel, Andresito y Luisa,
que por fin, fueron libres.
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