martes, 5 de marzo de 2013

La cenizas de la casa Branca



Era la casa branca. Todos estaban en la sala, y aunque esperaban ansiosos por salir, las puertas… estaban abiertas.

Andrés miraba las piernas debajo de las medias negras veladas de Luisa, Luis y Gabriel compartían un vino tinto caliente en la mesa central, mientras Marta observaba por la ventana alguna estrella nueva o un planeta distante. La noche anterior habían participado de una fiesta con encajes, vino en grandes proporciones y tabaco hasta el amanecer…, claro, cavilando el escape. Este era el día, consensarían la huida. Marta, que poco hablaba tomó la palabra primero, e imponente dijo; este plan no puede fallar, tiene que ser diferente a los otros, ya tenemos que irnos…

Mientras Marta seguía su exposición, Andrés recordó la noche que pasó con Luisa; estaba solo en su balcón, a lo lejos divisaba unas luces titilantes pequeñísimas, imaginaba que debían ser de una ciudad con muchos clubes nocturnos de chicas, se veía en alguno de ellos con Daysi. Cuando era libre Andrés frecuentaba estos lugares constantemente recordando a Daysi, la joven con la cual tuvo su primer encuentro. Siempre pensaba en ella cuando veía las luces distantes, claro, hasta esa noche que salió al balcón de su cuarto a desear una vez más entre aquellas luces, su libertad. Antes que su mente cambiara de ritmo, Luisa llego al balcón. Empezó a contarle que no podía dormir, que estaba desesperada en el encierro y que no aguantaría un invierno más allí. Él no podía concentrarse en sus palabras, no podía hacerse la mínima imagen mental a partir de ellas, pues Luisa estaba en una piyama muy corta de encajes negros, y aún tenía sus medias veladas negras. Así que como pasa en las películas; a Andrés simplemente se le fue el volumen de la escena y la imagen fue la protagonista.

Seguro fue por Luisa ya que Andrés, aunque lo quisiera, no sería capaz de incitarlo; no mucho después del pequeño monologo silencioso de Luisa, estaban en su cama. Andrés le quitaba lentamente aquellas medias veladas negras, lentamente, ella lo miraba desafiante mientras le decía; -que bien Andresito, después que termines con eso vienes acá y me ayudas con algo que tengo para ti. Él únicamente atendía y atendía, se dejaba llevar. Hacía todo lo que ella le decía con una placentera impaciencia, no se lo podía creer pero era así y le encantaba. Luego llegaron los besos, los sonidos, los abrazos, los dale dale y luego y luego y luego, el amanecer. Después de esa furtiva noche no fue más Daysi la que se robó las meditaciones solitarias de Andresito, estas tenían un nuevo nombre, Luisa.

y así hasta que estemos a fuera. Terminaba Marta su propuesta. Luis se levantó y objetó; pero Marta ¿cómo vas a pretender que prendamos fuego a las cortinas?, -solo es una distracción, mientras que estas estén en llamas, nosotros habremos de ejecutar la otra jugada, pero tendremos que hacerlo rápido para que no se den cuenta y sigan pensando que es un incendió, respondió Marta. -No seas tonta, ellos no son ingenuos, saben lo que sabemos, puedo hasta pensar que saben lo que pensamos también, interrumpió Gabriel. Luisa y Andresito, veían, pero de ver poco, mejor miraban mucho, porque cuando uno mira mucho no está viendo nada. Andresito seguía más bien en esas piernas debajo de aquellas medias veladas negras, Luisa sabía de los ojos de Andresito; se reacomodaba en su silla, se miraba el busto se lo organizaba y finalmente, se subía un poco la falda.

El consenso seguía, cada vez más agitado. Luis desesperado empezó a gritar, -maldita casa, déjanos salir, no lo soporto no soporto un minuto más. -Cállate cobarde, eres tan facilista tan inútil, claro en tu familia te hicieron todo, te llegó el momento, ocúpate, porque si no lo haces con seguridad nunca saldrás de acá, gritaba Marta en respuesta. Gabriel dejó salir sus lágrimas, muchas, acompañadas de lamentos; -por qué nosotros, por qué por qué. Si están acá es por su culpa, son ustedes los únicos responsables, yo ya acepté mi destino, y de ahí parto para retarlo, concluía Marta.

Estaba cayendo la noche, los cinco continuaban en la sala, hacía frio. Después del agitado conceso triunfó la propuesta de Marta, la única, pues Andresito y Luisa sin propuesta alguna, aceptaron sin chistar. Las cosas se harían entonces a la manera de Marta, ya que siendo la única su propuesta, tendría el mando de la operación. A las doce de la noche volverían a la sala para darle inicio.

Esa noche antes de las doce, Luis y Gabriel destaparon dos botellas más de vino de las veinte que guardaban celosos a un lado de la ventana de su cuarto. Bebieron vino sin hablar mucho, escuchando “two minutes to midnight” repetidamente. Marta se dedicó a observar su estrella o su planeta, dirigiendo el humo de su cigarrillo hacia allí, hacia arriba muy muy arriba. Luisa y Andresito veían aquellas luces pequeñas a los lejos mientras sus cuerpos semidesnudos producían ese dale dale y luego y luego y luego… en aquel balcón que de alguna manera hacía parte de sus cuartos; poco licor y una chimenea encendida acompañaban su apasionado rato. Luisa esta vez no permitió que Andresito le quitara las medias negras veladas, más bien las utilizó para llevar al tope el momento.

La primera en llegar a la sala fue Marta, faltaban quince minutos para la media noche, encendió un cigarrillo se dirigió a la ventana, pero no pudo conseguir la tranquilidad para seguir contemplado sus astros. Desesperada tiró el cigarrillo y su ocupó en encender la chimenea. Luisa y Andresito llegaron, y sin hablar le ayudaron con la chimenea, tenían el pelo mojado, Luisa tenía puestas sus medias veladas negras. Luis y Gabriel bajaron con su botella en la mano, Marta les miró y les dijo; -espero que no se vayan a cagar el plan con su vino. Ellos no respondieron, Gabriel dejó la botella en la mesa central y acompaño a Luis a ir por más leña.

Eran las doce y quince de la noche, el plan estaba en marcha. Sentados todos en la sala acompañados de una enorme fogata inserta en la chimenea, esperaban el momento para emprender la huida. Andresito miraba las piernas de Luisa debajo de sus medias veladas negras. Luis y Gabriel habían destapado una nueva botella de vino tinto y la compartían en la mesa central, Marta miraba concentrada desde unas de las ventanas, sus astros.

Súbitamente Marta los miró y con un gesto les dio a entender que era hora, corriendo tomó a Luisa, violentamente, le subió la falda, le quitó sus medias negras veladas, les prendió fuego en la chimenea y corriendo alrededor de la sala prendió fuego a las cortinas que la rodeaban. Cuando estuvieron rodeados por el fuego Andresito terminó de quitarle la ropa a Luisa y dale y dale y luego y luego y luego, Marta regresó a su contemplación aprovechando el humo que salía de la casa para con soplos enviarlo arriba, muy muy arriba. Luis y Gabriel brindaron una vez más y una vez y otra vez hasta el fin de la botella. El fuego iba consumiendo sus manos; las que sostenían las copas, los dedos que sostenían el cigarrillo, y los cuerpos que se introducían uno al otro al lado de la ya ‘cenicienta’ chimenea. Luego el fuego se hizo con la sala y con la casa entera.

La casa branca se quemó por completo, solo quedaron sus cenizas y las de Marta, Luis y Gabriel, Andresito y Luisa, que por fin, fueron libres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario