miércoles, 16 de julio de 2014

Sin Música no Bailan las Escobas


Este es un álbum logrado gracias al esfuerzo de muchas personas quienes con sus talentos dieron para que este proyecto fuera realidad. Mi agradecimiento se quedará pequeño bajo cualquier punto de vista para Camilo Cobos Saa productor de este trabajo. También a Ricardo A. Jiménez el agradecimiento se extiende por sus ideas en la percusión y su buena onda. Además a Javier Bonivento, Daniel Araujo, Leonardo Leal, Nora Quintero, Sebastian Matiz, Mateo Matiz, Lorena Arango y Juliana Muñoz. 














Acá está el albúm completo.




Una Historia, la perdida


Cuando era niño, veía el rostro de los carros; era su parte delantera. Sus bombillos eran los ojos, el bumper su boca, y el gesto que se producía junto con la imagen del respiradero del motor, les daba ese aire vivo que dejaba ver las ‘formas’ más humanas. Los Renault 4 eran amables pero ingenuos, los Mazda 323 eran serios muy responsables pero “sin vergüenzas” en las noches, en especial los de color rojo. Los Spring muy trabajadores, muy trabajadores pero sin muchos sueños. Los Suzuki dos tiempos pretensiosos, casi arribistas, sin embargo se podía ver dentro de sus luces, aquellos pequeños sueños. Y los Mitsubishi, tenían toda la elegancia y el porte, podían llevar a cualquier mujer, sin embrago eran muy estrechos.

Un pedazo grande de envoltura de regalo color azul de textura corrugada, que nuca llegó a cumplir su función, y una pieza de pista de carros eléctrica; 8 pilas de las grandes que mi Papá me había regalado en algún niño dios, configuraban la imagen de un puente y un río grande en la cual se notaba un atascamiento de enormes proporciones. Los carros se apuraban, tenían prisa, sin embrago este trancón superaba la extensión del puente, venía desde el cuarto de mi hermanita. Apurados, los Renault 4, los Mazda 323, los Spring, los Suzuki dos tiempos y los Mitsubishi, pitaban buscando acelerar el paso sin llegar a conseguirlo. En el horizonte una carpa roja y blanca con lucecitas que apenas el atardecer dejaba ver, ofrecía una musiquita que atraía inevitablemente. Un grupo de escobas pasaban apuradas en ese momento sobre el andén del puente, era evidente la prisa que tenían por llegar a la carpa.

En la carpa se preparaba un espectáculo, había mucho movimiento. Era casi la hora y aún la rueda no estaba aceitada, el acordeón estaba sin su brillo habitual y los delicados vestidos de las florecitas bailarinas apenas se habían acabado de rearmar. La tarde empezaba a caer, las luces se hacían más fuertes y la musiquita aumentaba de la mano de la huida del día. Cuando la noche hubo llegado, todos estos ‘señores’ que pitaban en el puente, estaban a punto de ingresar a la carpa. Habían llegado entonces muchos de ellos; señores Suzuki, señores Spring, señores Renault 4, Mitsubishis. Muchos, de colores distintos, unos más viejos que otros, unos sin luces, otros sin pitos, pero todos igual de expectantes ante la carpa roja y blanca que parecía cobrar más y más vida con la caída del día.

Entrada la noche, todos estaban allí. Entonces empezó la función. Aquella musiquita se hizo más fuerte y empezaron a desfilar a su ritmo los protagonistas de ella; las bailarinas con sus delicados vestidos, los acordeones resplandecientes ante el reflejo de las fuertes luces, la rueda imponente al ritmo de la música observaba enaltecida los ansiosos espectadores. Las escobas, ahora estaban en el circular escenario acompañadas de un elegante trombón, una trompeta, dos sexys saxofones, una tuba, un redoblante y un gordo bombo que fumaba habano al ritmo del soplo de la tuba.

El primer acto; Dominíq salió al escenario, empezó a caminar de un lado a otro mirando a aquellos señores expectantes aparcados en las graderías. Su domadora, mi hermanita, debía controlarlo desde lo más alto de la carpa, ya que su altura no le permitía estar a la del espectáculo. Así también hacía las veces de soporte de la carpa cuando el viento pegaba fuerte. El segundo acto; tres florecitas sentadas una tras otra en la mitad del escenario. La última estiró sus brazos hacia arriba, asimismo sus dos compañeras, luego todas se levantaron e iniciaron una danza que respondía al ritmo de aquella música que no dejaba de sonar. Cuando la danza llego a su momento culmen, los delicados vestidos de las tres bailarinas empezaron a desarmarse empujados por un viento suave que soplaba desde abajo, con él las partes de sus vestidos subían suaves, livianas hacía los más alto de la carpa y allí, se desvanecían entre las luces centrales del escenario. Las tres florecitas casi desnudas terminaban su acto con la respectiva venia ante el atónito público.

Cuando el tercer acto estaba en marcha, el de las escobas y su banda, las tres luces centrales se apagaron inmediatamente después que la música dejó de sonar. Desde el inicio esta había acompañado la iluminada carpa, cuando la noche llegó, esta se hizo fortísima, la vida de la carpa parecía ser esta música. Pero en ese momento y sin explicación, se silenció todo como si se hubiesen fundido los fusibles de la casa, y la música que al parecer daba motor a las luces y estas a la carpa misma, estuviera conectada a ellos… ¿a los fusibles Dani? Sí Dani, a los fusibles. Las luces, las bailarinas, el acordeón, los saxos, el bombo, las escobas y los demás dejaron de sonar, de bailar, fue como si una especie de nada hubiese apagado todo.

Esa noche dormimos sin luz, no llegó hasta las doce del día siguiente, justo cuando me tenía que ir a la escuela. Al regresar, el cuarto yacía en un silencio vacío, prendí la luz varias veces pero la música ya no estaba, traté de encontrar mis carritos, mis muñequitos, pero ninguno estaba. Con el paso de las semanas este silencio se torno solitario, agobiante, así que me vi obligado a salir de mi cuarto y buscar, en otro lugar, lejos de mi casa, eso que al parecer se me había perdido.







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